Somos Del Color Que No Puedes Ver

Saturday, November 04, 2006

Ocurrio una vez

Ocurrió una vez, durante la madrugada que cubría las galaxias de las consciencias. Un hombre se encontraba entre llantos de soledad, con tanto para dar lleno de energía Universal. Lo desconocido amigable se abría camino ante su ser, mostrándole mil aptitudes dormidas, recreando fabulas de antaño, las batallas de los primeros hombres y la mística de la tierra. Su identidad sobrepasaba el secreto y la farsa, había roto el cascaron de la estática opresiva y descubierto la magia de la vida en un viaje hasta el sol. En este viaje también olvido parte de su idioma terrenal y recordó una lengua muerta que se habla sin símbolos. La valentía y la responsabilidad inundaron su cuerpo por completo, el infinito fluyó por su cuerpo como un caudal de colores pintando el miedo de otros hombres y mujeres. Se sentía ebrio de alegría y compasión, capaz de llorar por tu dolor, de entregar su cuerpo a la evolución.
Esa madrugada el hombre lanzo un grito de compañerismo al espacio de la humanidad, estaba en busca de su parte femenina. Tenía que sentirse completo, expresar su energía también en mimos, besos, miradas, sentimientos desparejos, volver a ser uno con el todo. Volverse oxigeno de nuevo, mezclándose en la partícula del sexo; reinventar la vida de nuevo, tocar el cielo, procrear. Encontrar el equilibrio masculino-femenino, la razón de ser del universo, espíritu-intelecto-experiencia-viaje. El grito recorrió cuerpos dispersos en el vacío del tiempo, atravesó ciudades enteras; escurriéndose entre paredes y espejos falsos, hasta que al fin llego a su destino. La Mujer.
Mujer. Las ventanas de su alma estaban abiertas, ella había estado esperando ese llamado toda su vida. Su alma inquieta también conocía los jardines bellos de la consciencia, había transitado los terrenos de la espiritualidad corriendo desnuda bajo la luna. Su cuerpo era libre, ágil; sobrevolaba el espacio de una manera hipnotizante, llenando la nada con su risa.
El hombre y la mujer, atravesaron las re-encarnaciones y las dimensiones, los pasillos del tiempo. Acercándose cada vez más al encuentro de las almas, esperando el sol de la integración; pasando vidas enteras buscándose.
Y en esa madrugada de las consciencias, tres mujeres fueron las que contestaron ese llamado. Y el hombre realmente se vio bendecido, con tres mujeres tan diferentes entre si como el agua, el fuego y la tierra (siendo él, el cuarto elemento : el aire) ; pero iguales a la vez. Practicaban el sexo desenfrenado, la ternura, la complicidad, las risas que los elevaban y los suspendían en el aire, las mañanas y las noches, la inconsciencia y los viajes, la historia y la filosofía; eran una familia unida, única, marcada por el amor y el placer, Dios y la evolución. Los intelectos y los cuerpos se trenzaban y disfrutaban, comulgaban y bailaban la danza eterna de la espiritualidad, del goce conciente de explorar. No ponían trabas a su expresión y así fue que llegaron los niños, mientras labraban las tierras de los campos de la divino y la abundancia, hermanos de sangre de toda la humanidad, criados y educados en el amor y en lo humano, formando seres adultos libres y conectados con todos, abiertos a la experiencia y a los ríos de la vida.
Y a la llegada del mediodía que despertaría consciencias el hombre ya no lloro, y se vio parado junto a sus tres compañeras mientras el nuevo sol bañaba sus cuerpos ansiosos de magia y vida, de ilusión y alegría.

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